Rodrigo levantó la
mirada, seguro de que no había imaginado el sonido. «¿Campanas? —pensó arrugando
el ceño—. Hay alguien en la iglesia».
El eco metálico llegó
vibrando hasta su pecho una y otra vez, y cada nuevo repicar sonaba furioso.
Antes de darse cuenta de lo que hacía, Rodrigo se había escondido en el McDonald’s
calle abajo.
Adentro, el pequeño
local de colores vivos y personajes felices estaba, como todo lo demás,
hediondo a muerte, lleno de trastos desparramados por doquier y ristras de
sangre.
—Las campanas de la iglesia
están sonando, anunciando que el apocalipsis va a llegar —dijo Rodrigo entonando
la canción de año nuevo de sus tierras.
«¿Qué haces?» Se preguntó
al mirar por la puerta de vidrio decorada con la imagen traslúcida de un niño
abriendo su boca en una sonrisa macabra.
—Siendo precavido —se respondió así mismo.
Pero entonces se dio
cuenta de que no tenía muchas alternativas. Había visto a varios de sus
compañeros de trabajo caer muertos producto de algún arma bacteriológica de las
que tanto hablaban las noticias. Con solo recordarlo, su estómago estuvo a
punto de vaciarse.
Rodrigo caminó de
arriba abajo, y se frotó una herida que tenía el en nacimiento del cabello.
¿Cuándo se la había hecho? No tenía la menor idea. Pero todo su cuerpo era un
rosario de cortes y magulladuras.
—Quizás hay
sobrevivientes, quizás heridos… —Respiró hondo y pateó una cajita feliz en el
suelo—. Quizás es una maldita trampa.
Se quitó la chaqueta
empapada y miró a la izquierda, al otro lado de la mesa, había un impermeable
rojo que de lejos le pareció que decía “Hell”, y que al acercarse se dio cuenta
de que en realidad decía: “Hell-O Kitty”.
Rodrigo sonrió.
—No preguntes por quién tocan las campanas… —dijo
viendo una bicicleta abollada no muy lejos de él.
Mientras pedaleaba
sorteando los vehículos inertes calle arriba, sabía que debía tener cuidado. Sin
nadie cerca para ayudarlo, cualquier caída, hasta la más tonta, podía ser
fatal.
Hacía ya un buen rato
que las campanas se habían callado, y ahora no estaba seguro en qué dirección quedaba
la iglesia. Rodrigo miró hacia arriba, el cielo nublado se extendía borrando
cualquier rastro de sol, los truenos silenciando todo.
De golpe, la soledad
lo estaba dejando deprimido, casi aterrado. Si su cobardía le había costado la
chance de compartir la carga del apocalipsis con alguien más… Por un segundo, la
imagen de las pastillas de su abuela fulminó su mente igual que los relámpagos que
azotaban el cielo.
Rodrigo meneó la cabeza y pedaleó con más fuerza.
Al completar una
vuelta a la cuadra, recordó que un par de calles más abajo, en la esquina,
estaba la vieja iglesia que habían remodelado hacía poco menos de medio año.
Esquivando un poste
caído justo enfrente de la entrada del Café 24/7, lo tomó por sorpresa la
puerta abierta de un Spark. Aunque movió el manubrio bruscamente hacia la
derecha y logró mantener el equilibrio haciendo eses, la caída fue inevitable. Rodrigo
pronto vio el pavimento acercarse a su rostro sin que él pudiese hacer nada al
respecto.
Después de que se desplomó,
y el pavimento le abrió una nueva herida en su codo y rodilla, Rodrigo hizo lo
que nunca consiguió hacer cuando era pequeño: Se levantó y volvió a andar en la
bicicleta.
Apurando el paso, dejó
atrás la perfumería donde trabajaba una veinteañera que parecía sacada de una
película francesa con la que se había prometido hablar y nunca lo había hecho.
Luego, pasó frente a un bar donde se reunió la semana pasada con Nina para
hablar de los cambios que debían hacer los Lakers.
El corazón de Rodrigo
dio un profundo vuelco. Se dio cuenta de que no la vería de nuevo, y eso le anudó
la garganta.
Un relámpago lo
sacudió de su ensimismamiento, y cuando levantó la vista lo primero que observó
fue el cuerpo colosal de la iglesia Balcham arañando el cielo rojo. No tenía
más que caminar unos pocos escalones para entrar por las gruesas puertas de
madera abiertas como fauces pétreas con labios decorados de escenas bíblicas.
Rodrigo cerró su ojo
izquierdo para no dejar que los chorros de agua le nublaran más la vista. La
negrura era tan terrible que tardó en distinguir que detrás de un árbol se
alzaba, aún más alta que la iglesia, un campanario eterno con una sola ventana que
le miraba como un ojo malvado y ciego.
—Vamos —insistió—. ¿Qué
es lo peor que puede pasar?
Continuará...
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Suicidas' publica nuevos episodios cada semana.