—¿Recuerdas
ese episodio de Los Simpson en el que Homero y Marge engañan a Bart y a Lisa diciendo
que los llevarán a Disney y acaban en el dentista? —preguntó River.
—Sí —dijo
Lena.
—Esto es
mucho peor —añadió River al darse cuenta de dónde estaban.
Lena subió
los escalones que llevaban a las dos gruesas puertas de madera de un edificio de
cinco pisos. A los lados de esta sobrecogedora estructura se desprendían dos largas
edificaciones llenas de ventanas, y otra construcción más pequeña que debía ser
la cafetería.
—Bienvenido
a la escuela —sonrió Lena tras forzar la cerradura y abrir la puerta.
—No quiero
—dijo River en tono socarrón e infantil mientras veía la bandera empapada,
todavía izada e inerte, en medio de una noche en el que el viento parecía haber
desaparecido junto con toda la raza humana.
—Ring, ring —Lena extendió la mano invitándole a entrar.
—Olvídalo —se
quejó River.
—La brújula
nos trajo hasta acá —insistió Lena.
—Pleno
apocalipsis y solo estamos armados con una maldita brújula y una cinta de super
8. ¿Te parece sensato? —preguntó River.
—Bien —dijo
Lena colocando ambos objetos en el escalón en el que estaba de pie—. Quítame cualquiera de las dos cosas y nos vamos a
donde quieras.
—Añade un
par de piernas abiertas a la apuesta y tenemos un trato —dijo River.
La comisura
de labios de Lena se curvó apenas de forma visible.
—Tiremos los dados, entonces.
—Oh sí —sonrió River—. Tiremos.
Viéndola
sin el impermeable, vistiendo una franela húmeda que se adhería a sus pechos redondos,
y del tamaño ideal para encajar en sus manos, River sintió que se le calentaba
la entrepierna. No sería la primera vez que la frontera entre pelea y sexo
salvaje se borraba entre ellos. Y eso lo excitaba.
Lena se
agachó y recogió la brújula y la cinta abanicándolas lentamente para incitar a
River.
«Como si hiciera
falta».
Cuando
River se acercó lo suficiente, Lena se llevó las manos detrás de la espalda.
Había un brillo malicioso en sus ojos que le gustó a River tanto como una
patada en las bolas.
Eso solo significaba
una cosa: Lena lo sabía.
«Maldita
sea —pensó River—. Es una trampa».
Lena intentó
golpearlo con el dorso de la mano, pero River bloqueó dos ataques que vinieron
seguidos en fracciones de segundo.
Si bien River
logró detener ambos golpes, ella le había atrapado el brazo. Los dos se desplazaron
de forma circular, en una especie de movimiento de baile, en el que Lena
buscaba doblarle el antebrazo y él zafarse de su agarre.
Lo peor de
todo, es que River no veía por ninguna parte la brújula y la cinta de super 8.
«Joder»,
fue lo único que le pasó por la cabeza mientras esquivaba una, dos, tres arremetidas
de Lena. El cuarto movimiento fue tan brutal que pudo haber abollado un poste
de luz hasta doblarlo por la mitad. River no tuvo oportunidad sino de utilizar su
antebrazo como escudo. Un movimiento del que se arrepintió al instante.
Aunque River logró contener un grito de dolor, su cara lo delató.
—¿Creías
que no me iba a dar cuenta? —preguntó Lena.
—Ahora
sabes por qué no me molesté en terminar lo que comencé —admitió River.
—Pero él
está vivo —dijo Lena acusándolo.
—Él está
vivo y nosotros estamos jodidos.
—¿Te rindes?
Lo último
que River vio fue Lena sonriendo. Entre un segundo y el otro, se encontraba en
el piso y no supo el porqué. Desde el suelo, River giró su cuerpo aprovechando su
propia caída, y le estampó una patada en el costado a Lena.
«Como
golpear concreto».
A pesar de
haber huido de los ojos púrpuras, Lena mantenía muchas de sus habilidades tan
afiladas como siempre. No así sus otros talentos. River podía sentirlo.
—Todavía te
queda algo en el tanque —reconoció Lena.
—Más de lo
que crees —dijo River.
Lena se
tanteó los bolsillos traseros del pantalón y sonrió negando con la cabeza. Sus
ojos eran dos dagas azules. Pareció que iba a decir algo, pero solo apretó los
labios saboreando la amarga derrota.
—¿Y ahora?
—preguntó cruzando los brazos.
River le
lanzó la brújula para que ella la atajara.
—Ahora... Que comiencen las clases.
Continuará...
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