Cuando Rodrigo abrió la puerta de
la azotea en la torre Wyndham-Price, jamás sospechó que encontraría a una mujer
parada sobre la baranda del mirador a punto de suicidarse.
«Chinga tu madre», pensó mientras sentía como como
el piso bajo sus pies desaparecía.
—¿Da miedo verdad? —le preguntó
la suicida.
—Dios, señora. Bájese de ahí.
Ella sonrió con tristeza:
—Eso planeo.
Rodrigo apoyó la mano en la pared
para no desplomarse. Se quedó
petrificado, un par de eternos segundos, seguro de que la mujer saltaría.
Pero no lo hizo.
«¿Qué digo? Piensa, estúpido. ¡Piensa!»
Ya comenzaba a sentir ese desagradable
resabio ácido en la garganta. Vomitaría en cualquier momento.
—Es que... Estamos tan lejos del
suelo —se atrevió a decir.
A Rodrigo le costaba mirarla de
frente. Verla al borde del abismo le provocaba un extraño ardor que le impedía mantener
los ojos abiertos. Durante un buen rato solo apretó los párpados, y sintió como
el inquietante y húmedo viento arreciaba en el techo.
—Te equivocas —dijo la suicida—. No
es lo lejos del suelo, es lo lejos que estamos de...
El silencio fue lo peor de todo.
«¿Lo lejos que estamos de qué?»
Rodrigo se obligó a echar un
vistazo. Ella señalaba hacia el tumultuoso cielo rojizo con el dedo.
—No entiendo —admitió.
—Nadie entiende —dijo ella volviéndose
hacia el vacío.
—No, no, no. ¡Espera! —gritó
Rodrigo acercándose.
Ella se volteó, y de inmediato Rodrigo
se sintió atraído hacia ella.
No es que fuera bella. De hecho,
aunque esbelta, era algo masculina: su nariz era un tanto grande, pero sus
profundos ojos grises y sedoso cabello rubio (como sacado de un comercial), compensaba cualquier defecto.
«Pero no es eso. Algo en ella me
recuerda...»
—Un paso más, y yo doy un paso más —amenazó la suicida.
—Me recuerda a mí —murmuró
Rodrigo entendiendo.
—¿Qué? —preguntó confundida.
—Nada —Rodrigo sacudió la cabeza
intentando desestimar lo dicho—. Bueno, sí. Algo.
Ahora era ella quien observaba la
escena con perplejidad.
—No te entiendo.
—Pero yo sí te entiendo a ti —aseguró
él confiando en que sabía lo que hacía.
La mujer desvió rápidamente la
mirada. Parecía que si hablaba demasiado, comenzaría a llorar.
—Serías el primero.
—Mira...
Rodrigo dio un
paso hacia la mujer, y ella amagó con saltar.
—No tientes a la gravedad.
Rodrigo levantó los brazos y
retrocedió. En ese momento, un relámpago breve e intenso iluminó el horizonte erizándole los vellos del cuello.
—Espacio personal. Entendido. Es que
no nos conocemos bien.
Ella encogió los hombros al escuchar
el trueno que rugía sobre ellos.
—Eres un loco.
—Soy Rodrigo —dijo esbozando una sonrisa nerviosa—. Un placer conocerte.
—¿Un placer? ¿En serio? —preguntó
incrédula.
Rodrigo volteó los ojos con una
expresión de embarazo en el rostro.
«Bravo, muchacho». El aire comenzaba
a ulular con más fuerza, y los nubarrones se arremolinaban soltando las
primeras gotas de lluvia. «O la bajo, o puede que el viento nos tumbe a los dos».
—No es lo que quise decir.
—¿Qué quisiste decir? —insistió
ella.
—Esto.
Rodrigo se levantó la camisa a la
altura del pecho.
—¿Fuiste tú quien lo hizo?
Ahora sí estaba seguro de que
tenía su completa atención.
—Más o menos —dijo Rodrigo acariciándose
la fea cicatriz que le surcaba el estómago de lado a lado—. Me hice un daiquirí,
como los japoneses.
Ella carcajeó.
—Se dice Harakiri.
—Harakiri, daiquirí —se burló
Rodrigo—. Igual quería irme de vacaciones...
Permanentemente.
La mujer se quitó unas pulseras y
le mostró sus muñecas.
—Si me muestras las tuyas, yo te
muestro las mías.
«Hazlo ahora», pensó. «Bájala de
ahí».
Rodrigo sabía que tenía que
aprovechar la situación.
—Tengo que acercarme para
verlas —dijo levantado los brazos, una vez más, como quien quiere demostrar que
no va armado.
La mujer suspiró y asintió.
Rodrigo acortó la distancia entre ellos lentamente. Aunque no se atrevió a tocarla, ya la tenía al alcance de su mano.
—Sé lo que estás pensando —sonrió
ella amargamente—. Pobre niña rica. ¿Qué excusa puede tener si su nombre está
en el edificio?
Ahora fue el turno de Rodrigo
para carcajear.
—Un momento. ¿Wyndham-Price? ¿Tu
apellido es Wyndham-Price?
—Es que no nos conocemos bien —dijo
ella pasándose la mano por la cabellera—. Wendy Wyndham-Price. Un placer
conocerte.
Rodrigo se frotó el rostro.
Estaba completamente anonadado.
—Este es tu edificio. Esta es tu
azotea.
Wendy afirmó con un movimiento de
cabeza.
—De mi padre.
—O sea que...
—O sea que hoy es mi boda —asintió
Wendy.
Continuará…
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