—¿Qué haces? —preguntó
Rebeca horrorizada.
—Algo —respondió Kevin,
apretando contra el pecho a su hijo desmayado, mientras se adentraba directo a la tormenta.
Brit jamás lo había
visto así.
Ella siempre creyó que
Kevin amaba más a su hermano que a ella. Ahora, estaba segura. No se trataba de
celos o un simple pensamiento egoísta. Sencillamente, estaba sobrecogida con su trémula
desesperación.
—Kevin —repetía
Rebeca, una y otra vez, aún a sabiendas de que no iba escucharla.
Los truenos y la
lluvia ahogaban su voz.
Brit no se percató
exactamente en qué momento salió del auto. Solo supo que debía seguir a Kevin.
«No veo un carajo»,
pensó.
A pesar de haber
encogido los hombros, y cubrirse la cabeza con su chaqueta negra, en cuestión
de segundos estaba empapada hasta los huesos.
—Brit... —dijo Rebeca.
—¿A dónde se fueron?
Sobre ellas, un rayo
hendió el cielo. La luz le permitió a Brit advertir hacia dónde corría Kevin.
—Brit, espérame —pidió
Rebeca haciendo un esfuerzo por alcanzarla.
«Te espero y los
pierdo».
Brit anduvo un buen
trecho siguiendo a su padre entre destello y destello, hasta que caminó lo que le
pareció un siglo sin verlo.
—¡Kevin! —Brit lo buscó
con la mirada, apartándose el cabello mojado del rostro.
Su papá y su hermano no
estaban por ninguna parte.
«Maldición».
Sin darse cuenta, Brit
se tropezó con una piedra y cayó de bruces en el suelo enlodado. Su rodilla
izquierda se llevó la peor parte. Ahora tenían un agujero sanguinolento en una
de las medias negras que le llegaba por encima del muslo. «Bonito día para usar
faldita de colegiala», reprochó al levantarse.
Brit no quiso
revisarse la herida, aún si hubiese tenido el estómago o el pulso para hacerlo,
la lluvia no le dejaría distinguir mayor cosa.
En ese momento, un
relámpago rasgó el cielo y Brit recordó algo que había leído en 9GAG: «Cuenta
después del rayo hasta escuchar el trueno. Así sabrás si la tormenta se aleja o
se acerca».
—Uno... dos... ¡Ahhhh!
Una mano la tomó por el codo y la hizo voltearse.
Brit tardó en entender lo que pasaba.
—Te caíste.
—Rebeca, casi me matas
de un infarto —dijo Brit.
—Te me perdiste —explicó
Rebeca recuperando el aliento—. Tu papá se fue hacia allá. Estás yendo en la
dirección equivocada.
«Que le den por el
culo a mi sentido de orientación».
Brit comenzaba a
sentir punzadas en la rodilla.
—¿Cómo sabes que es
por allá? —preguntó.
—Mira bien —señaló Rebeca hacia la izquierda.
El edificio comenzó a
tomar forma tras la gruesa cortina de lluvia. Un segundo atrás solo veía
oscuridad, y ahora allí estaba: una estación de servicio, lúgubre y sombría.
El lugar despedía una
sensación de abandono tan fuerte que Brit la percibió aun a esa distancia.
—¿Tu móvil sigue sin...?
No dieron ni dos pasos,
cuando Rebeca se abrazó el estómago y vomitó un fluido viscoso.
«Igual que Ed», pensó
Brit llevándose la mano a la boca.
—Los marcianos están
bailando —murmuró Rebeca limpiándose el rostro salpicado de bilis y sangre.
Brit sintió como si
una mano helada le hubiese rozado la nuca.
—¿Qué dijiste?
Rebeca se enderezó y
agrandó los ojos. Su rostro delataba un temor que iba más allá de la cordura.
—Nada. No dije
nada.
«Sí que lo dijiste».
Brit se acercó a su madrastra.
—Rebeca...
—Rebeca...
—¿Puedes seguir? —preguntó
ella apresurando el paso.
—¿Yo? Tú fuiste la que
dejó el estómago ahí —dijo Brit.
Ambas miraron a los
lados de la carretera antes de cruzar. La vía estaba desolada. De hecho, ahora
que lo pensaba bien, Brit no había visto ningún vehículo desde esa mañana.
Abajo del letrero, en
el que apenas leía Texaco, yacían tres carros estacionados de forma
desordenada. Por alguna extraña razón, Brit pensó que el lugar parecía la escena
de un crimen.
Dos de los autos tenían varias puertas abiertas. Uno de ellos todavía estaba conectado a la manguera del surtidor de gasolina.
Dos de los autos tenían varias puertas abiertas. Uno de ellos todavía estaba conectado a la manguera del surtidor de gasolina.
«Pero no veo a nadie».
—¿Kevin? —dijo Rebeca apenas
entraron a la tiendita cerca de los surtidores.
Brit pensó que se habría
de sentir mejor al estar bajo techo, pero fue
todo lo contrario.
Se sentía mal, y
pronto se sentiría peor.
Continuará...
------------------------------------------------------------------
No dejes de leer el
próximo martes, un nuevo capítulo de “El Infierno de los Suicidas”.
El Infierno de los Suicidas por Christian Nava se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://navanieves.blogspot.com/.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://navanieves.blogspot.com/.
No hay comentarios:
Publicar un comentario