lunes, 9 de septiembre de 2013

El Infierno de los Suicidas. Capítulo 12: GEORGE

Greenfield, el demacrado complejo de apartamentos en la avenida Toluca, al suroeste de San Felipe –un pueblito balneario que había dejado atrás sus mejores años–, apenas y se distinguía tras la densa lluvia.

El lugar parecía un pueblo fantasma, excepto por el solitario motorhome aparcado a la espera de que abrieran la reja.


El motorhome era propiedad de Jason Harris, cabeza de la familia Harris-Alexander, y un completo imbécil. Acompañándole, su familia. Un grupo variopinto de desadaptados que hubiese preferido vender uno de sus riñones a estar aquí.

Lamentablemente, ninguno de ellos tenía opción. De hecho, la familia Harris-Alexander, al igual que este olvidado pueblo, estaba en blanco y negro, mientras que el resto de California vivía en Imax 3D.

Desde el 2005, San Felipe había dejado de ser el destino turístico de otrora. Sus playas cerraron gracias a la mala publicidad (y supersticiones) que sucedieron al asesinato en masa perpetrado por unos adolescentes que recrearon el clímax sangriento de una película de verano.

Sin embargo, Jason creía que la suerte del pueblo estaba por dar un giro de ciento ochenta grados.

Aunque ahora era esclavo de deudas y propiedades abandonadas, él sabía de bienes raíces e iba a apostar por Greenfield.  

—Sé lo que hago —dijo Jason.

Y Emily, su esposa, contaba con eso.


Ella había sido jefa de mesoneros en un hotel importante, pero últimamente solo ganaba dinero a destajos, ya que luchar contra la diabetes de su hija, Emma, demandaba gran parte de su tiempo.

Así que necesitaba que su esposo tuviera razón.

Necesitaba huir de este maldito lugar.

De las cinco personas atrapadas en la destartalada casa rodante, el único que quizás tenía una oportunidad de abandonar este pueblo moribundo, era Joshua, el hijo mayor de los Harris-Alexander; algo no muy esperanzador, puesto que el muchacho había dejado claro que solo sentía desprecio por su familia.
  
—Determinación. Eso es lo que nos separa de los perdedores —dijo Jason—. Esta propiedad será la clave.

Nadie dijo nada.

Tras unos segundos que parecieron arrastrarse, Emily miró su reloj de pulsera y se apartó el flequillo de la frente con un bufido desdeñoso.

—Ni una palabra —le advirtió Jason.

Emily levantó las manos.

—Ni abrí la boca.

—Lo pensaste.

Emily forzó una sonrisa.

A pesar del estrepitoso aguacero afuera, en el motorhome se produjo un nuevo silencio, aún más acentuado.

—Dime que al menos lo llamaste —reprochó Emily.


Jason sacó su móvil y atacó cada tecla que marcaba. Luego, se lo llevó al oído y esperó.

—Tío, George... ¿Por qué los hombres del centro comercial estaban tan enfadados contigo?

—¡Emma! —regañó Emily, antes de voltearse a ver a su hermano.

Si había alguien más callado en el motorhome que Joshua, y más enfadado que Jason, sin duda era George Alexander.

Echado en uno de los asientos traseros que servía como comedor, George miró como las gruesas gotas serpenteaban afuera de su ventana y pensó la respuesta a la pregunta de su sobrina: 

«Decepción».

La decepción había sido su cuna. Su sombra. Su perdición.

Su padre se había decepcionado al tener un hijo enclenque y asmático. Su madre se decepcionó cuando George perdió el empleo, que ella le había conseguido, en la escuela principal de San Felipe. 

Sin embargo, la decepción que realmente pesaba no era la ajena, sino la propia.

A los trece años, George vio como sus sueños de ser escritor y dibujante de historietas colapsaban.

—No naciste para escritor —le dijo su profesor de literatura, en bachillerato, al reprobarlo. 

Primero sus padres, luego el colegio, y luego...


—Ese es un tema inapropiado —intervino Jason al no poder completar su llamada.

—Dijiste que apoyaríamos a mi hermano.

—¿Utilizaré mi invisibilidad para el bien o para el mal? —preguntó George a nadie en particular.

Todos, incluso Joshua, lo observaron, mientras él permanecía con la mirada perdida queriendo incomodarles.

Finalmente, no se aguantó, y compartió un guiño con su sobrina.

Emma rio por lo bajo.

—Como si no tuviéramos suficientes problemas —dijo Jason.

Un hachazo de furia resplandeciente iluminó el cielo turbulento.

El relámpago cortó violentamente al firmamento amortajado de sombras; seguido por un estallido que estremeció a George, y a los demás, hasta los huesos.

«Primero el temblor y ahora esto», pensó George, asombrado por la violencia de la tormenta. ¡Cuán necio podía ser su cuñado! «Mira que traernos aquí en medio de...»

Entonces, Emma gritó horrorizada.

George creyó que había sido a causa del trueno, hasta que él también vio a la lúgubre figura encapuchada, de pie frente al motorhome. 

Continuará…
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¿Quién es George realmente? ¿Por qué es importante para nuestro futuro? Conoce más acerca de él, pronto, en El Infierno de los Suicidas. 
Licencia Creative Commons
El Infierno de los Suicidas por Christian Nava se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://navanieves.blogspot.com/.
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