El desayuno de River fue
un par de huevos cocidos, una lonja de pan, una banana y leche.
«Más insípido que
chiste de cura.»
Sin embargo, River pronto
descubriría que el resto de su estadía en el comedor tendría algo más de... “Sabor”.
Sabor metálico a
sangre.
Un trueno retumbó como
si hubiese estallado en pleno comedor, seguido por un desgarrador relámpago
escarlata. El estruendo sacudió las
paredes, las bandejas plásticas sobre
las mesas, y los ánimos de los reos.
Uno de los hispanos
pegó un brinquillo asustado. Uno de los negros se burló.
Error.
Lo siguiente que River
vio fue un splash de sangre volando
por los aires, y a los guardias lanzando gas lacrimógeno.
Paso muy rápido.
Entre un parpadeo y el
siguiente, todo el que necesitaba una excusa para saldar cuentas se las estaban
cobrando con creces.
River se limitó a
seguir comiendo entretanto el caos reventaba a su alrededor. Mientras tragaba
una hogaza de pan, uno de los rednecks
le lanzó una bandeja directo a la nuca.
River la esquivó sin
siquiera ver.
Luego, un reo –con un
beso tatuado en la cara– se desbocó para estamparle un trancazo a River usando
un periódico macizo enrollado como garrote.
El L.A Times
se acercó al rostro de River, cortando el aire, hasta que se detuvo en seco.
Cara-tatuada ni
siquiera vio a River moverse.
«La muerte no está en el menú.»
River abrió la mano y golpeó
con precisión el cuello de cara-tatuada, haciendo que se rajara la cabeza con
el filo de la mesa contigua al caer.
«Pero sí hay dolor para
el postre.»
River se sonrió y tomó
otro sorbo de leche.
Los porrazos de los
guardias fueron tan torrenciales como la tempestad que caía afuera.
Para el momento en que
River se encontraba de vuelta en su celda, SHU y la enfermería estaban atiborradas.
Todavía se escuchaban
los gritos.
—No peleé —aseguró perturbado
Samuel, su compañero de habitación.
—Ni yo —se mofó River.
A pesar de estos
incidentes, River se recordó que la prisión era el mejor lugar en el que podía
estar. Su ataúd de concreto. Enterrado en la monotonía. Muerto para el mundo.
«Un fantasma,» pensó. «Vivir
en el purgatorio. Escapar del infierno.»
River se rascó la
cicatriz que partía su ceja. Ya nada importaba, después de todo.
—No peleé —repitió
Samuel—.Lo dirás, ¿verdad?
—¿Estabas en el
comedor?
—Sí.
—Entonces estuviste en
la pelea —asintió River.
—¡Dios! —exclamó
Samuel poniéndose pálido—. Pero... Entenderán. Solo faltan dos semanas. Me iré
con mi familia.
—Tienes sesenta. No te
preocupes.
Samuel tomó una foto junto
a su cama y se la mostró a River.
—Mi familia —dijo nervioso
por lo que podía perder.
River la miró de
soslayo.
—¿Cómo se llama el
pequeño?
—Chris.
River se puso las manos detrás del cuello y dijo:
—Morirá.
Samuel se aseguró de
tener la foto correcta en las manos. El pulso le temblaba.
—No digas eso.
—Todos morirán. Todo
lo que amas… ¡Puf! Cenizas.
—No.
—“Quia
pulvis” y toda esa mierda —dijo River volviéndose hacia Samuel.
—¿Qué es eso? —preguntó
preocupado.
River lo miró con
indiferencia.
—Al final, siempre
estás solo.
—No puedes creer eso —negó
Samuel con el ceño fruncido—. Debe haber alguien. ¿Esposa? ¿Hijo? ¿Hermanos?
River cerró los ojos. Casi
no podía recordarla. Excepto por su sonrisa. Su sonrisa era diferente.
Especialmente cuando eran niños, porque luego las sonrisas escasearon. Cuando aún
no contaba siete, y jugaba a las escondidas en el patio de su casa, escucharla
carcajear era el pan de cada día.
¡Y vaya que era una
risa contagiosa!
River revivió las
veces que abrazaba a su madre en la cocina. Él por el cuello; su hermana, por
la cintura. Las tardes con vasos de leche achocolatada. Los días que recibieron
a su tío Jayden con pancartas multicolores de bienvenida.
«Rain.»
—Nadie —respondió River.
Sin quererlo, se tocó la
cicatriz en su mejilla. Comenzaba a
estar de ese humor en el que le provocaba perforar entrecejos con balas.
—¡River, fuera! —ordenó
un guardia abriendo la celda.
—Llévate al vejestorio
—dijo River con una sonrisa desdeñosa—. Él sí quiere salir.
—Jódete —masculló
Samuel.
—No me importan sus
problemas maritales —dijo el guardia—. ¡Fuera, River! Tienes visita.
«¿Visita?»
River echó un vistazo
afuera. Nadie lo visitaba nunca. Pero si sus sospechas eran ciertas, esta no
sería la última visita que recibiría hoy.
Continuará…
---------------------------------------------------------------
Este jueves, regresa para descubrir qué pasó
con Brit y su familia. ¿Por qué su hermano vomitó sangre? ¿Qué tiene que ver
eso con River y los demás?
El Infierno de los Suicidas por Christian Nava se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://navanieves.blogspot.com/.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://navanieves.blogspot.com/.
No hay comentarios:
Publicar un comentario