martes, 17 de septiembre de 2013

El Infierno de los Suicidas. Capítulo 13: LUCAS

—Sabía que te encontraría aquí, Kefás.

Lucas emergió de la oscuridad, caminando pausadamente hacia las linternas que fracasaron en cortar la gruesa penumbra que envolvía la basílica.


Sus ojos bebieron hasta el más sutil de los detalles en la nave central; sus oídos distinguieron cada clic de las pistolas SIG Sauer P220 y los rifles SIG SG 550, que portaban los miembros del Servicio Vaticano de la Policía Italiana y la Guardia Suiza.

Lucas se detuvo a mitad de camino, no por las armas que le apuntaban o por las amenazas proferidas. 

Estando aquí, recordó la opresión que puede causar la intimidante belleza de una obra como la Archibasilica Sanctissimi Salvatoris. Especialmente ahora, cuando la lluvia había ahogado al sol, y la descomunal construcción llenaba de miedo al corazón de los hombres.

«Increíble lo que puede lograr el talento humano cuando les inspiro», pensó Lucas sin evitar sentirse orgulloso y decepcionado a la vez.

Vio el colosal ábside hacia el fondo, los decorados de Borromi añadidos en el siglo XVI, y sacudió la cabeza. La humanidad no tenía toda la culpa. El fracaso de sus hijos también era suyo.

—Quieto —ordenó  el oficial Dylan Stager—. ¿Cómo entró?


«Dylan Stager: Padre de un bebé recién nacido. Su esposa se vio complicada en el parto. No tendrá más hijos. Peca de soberbia y de gula. Odia a su padre por obligarlo a vestir el uniforme».

—Paciencia, Dylan —Lucas levantó las manos para que notaran que no escondía armas en su sencilla indumentaria blanca—.  Debo hablar a solas con Mei Servus Servorum.

Lucas se acercó entre las imágenes ciegas de los apóstoles a lo largo del lóbrego corredor. El aire era frío y húmedo, apestaba al mismo miedo que infectaba a todo el planeta.  

—No se mueva —ordenó una voz fuerte a la derecha de Lucas, cerca del precioso altar del altísimo sacramento.

«Alessandro Goodpaster, veintinueve años. Considera casarse con su novia, Vreni. De seguir juntos tendrían dos hijos, y él le sería infiel al cuarto año de matrimonio. Se odiaría por ello,» pensó Lucas al reconocerle. «A pesar de todo, los amo».

—Un momento —dijo una voz anciana, pero firme, detrás de la Guardia Suiza. A pesar de que se negaban a abrirle paso, el papa los retó sin medir palabras. La determinación estaba escrita en las arrugas de su rostro.

—No, su santidad —le advirtió Guy Reitnauer con voz frágil.


Lucas sintió lástima. Sabía que Guy era un buen hombre, un buen guerrero. Solo que no estaba preparado para morir.

—Tranquilo, hijo —dijo el papa colocando la mano sobre el hombro protegido con armadura plateada de Guy, antes de volverse a Lucas—. ¿Quién eres?

Lucas sonrió y se ajustó los lentes de prescripción, para luego cruzar las manos detrás de su espalda.

—¿El último rey del mundo se esconde en su trono de mármol y mosaicos?

—No soy un rey —objetó el papa.

—¿Acaso eso no es un trono?

El papa le miró desafiante.

—¿Quién eres?

—Salmos 46:10 —respondió Lucas.

Todos lo miraron estupefactos.

—“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra” —dijo el papa citando el Salmo.

Lucas lo señaló y asintió.

—Te mereces una estrellita dorada en la frente.

—Usted... —el papa se quitó el solideo y pareció entender. Sus manos comenzaron a temblar. De pronto, se veía terriblemente viejo—. Es responsable de la tormenta. ¿Cómo?

Lucas sonrió:


—“Entonces Israel hizo voto a Jehová, y dijo: Si en efecto entregares este pueblo en mi mano, yo destruiré sus ciudades. Y Jehová escuchó la voz de Israel, y entregó al cananeo, y los destruyó a ellos y a sus ciudades...”

—Números 21, 1-3 —reconoció el papa.

—“Jehová tu Dios, él pasa delante de ti; él destruirá a estas naciones delante de ti, y las heredarás...”

Un par de miembros de la Guardia Suiza se volvieron expectantes hacia el Vicario de Cristo.

—Deuteronomio 31, 3.

—Y eso es solo el antiguo testamento —dijo Lucas encogiendo los hombros—. Podríamos estar aquí toda la noche, pero las trompetas del apocalipsis están tocando mi canción y quiero bailar. 

—¿Por qué?

—Asesinar a sus hijos es la prerrogativa de todo padre.

—¿Tu nombre?

—Muchos. Últimamente... Lucas —dijo con serenidad.

—Hay gente muriendo allá afuera —reclamó el papa.

—Y aún faltan muchos —dijo Lucas—. Incluyéndole.

Los efectivos del Servicio Vaticano de la Policía Italiana crearon una primera línea de defensa, una barrera humana a prueba de balas para proteger al papa.  

Por desgracia para ellos, Lucas no necesitaba balas.

Continuará...

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¿Sobrevivirá el papa? No te pierdas este jueves la continuación de la batalla de la basílica en “El Infierno de los Suicidas”.

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El Infierno de los Suicidas por Christian Nava se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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