martes, 13 de agosto de 2013

El Infierno de los Suicidas. Capítulo 3: VÍCTOR

Víctor Donovan Westbrook se ahogaba en una turbia oscuridad.

O al menos eso sintió al despertar en la madrugada, sacudido por unos terribles gritos en su casa.

Se llevó la mano al pecho presionándolo con fuerza, temiendo que sus latidos frenéticos  fuesen a terminar en un infarto. La cabeza le palpitaba. Sentía que algo le lastimaba los ojos desde adentro.

Miró a su izquierda y removió la frazada de un tirón solo para comprobar que su cama estaba vacía.

—¿Diana? —murmuró.



«No está», dijo una sombría voz en su cabeza.

Salió de la cama de un brincoQuiso correr sin lograrlo. Sus 55 años y la maldita artritis le estaban jugando tretas. 

«¡Joder!» 

Sintió un agudo aguijonazo de dolor en el dedo pequeño de su pie, al tropezarse con el filo de la puerta.

Casi se detuvo, pero los gritos seguían.

—Heather... Heather —repitió para asegurarle a su hija que ya estaba cerca.

Cojeó por el resto del camino, apoyando el talón intentando sacudirse el dolor sin mucho éxito, hasta que llegó al final de un pasillo que se le antojó eterno.

«Santo Dios» fue lo único que le cruzó por la mente al llegar a la habitación.

Heather era menuda, de cabello oscuro como un cuervo, y un inocente rostro redondo. El tipo de niña que provoca abrazar y proteger.

Sin embargo, ahora, Víctor estaba congelado de miedo al verla.

Heather se encontraba de pie sobre la cama con la espalda curvada en un ángulo antinatural, doloroso. Sus puños crispados. Su rostro retorcido en un rictus de pánico puro.

Víctor no pudo evitar pensar en 'El Exorcista' y esas películas de miedo que tanto odiaba.

 —¡Heather!

Se acercó a ella y la tomó por los hombros. La niña tenía el pijama empapado de sudor frío. Víctor la llamó una y otra vez, pero ella estaba perdida en el laberinto del miedo.

Los segundos se arrastraron lastimosamente, mientras Heather cambiaba los gritos por una palabra que Víctor no quería oír:

—Mami, mami.

—Shhh —Víctor la abrazó y se meció arrullándola—.Vamos. Respira lento como papá.

Él apretó los ojos y llenó sus pulmones de paciencia.

«Malditos doctores no saben nada», pensó.

Puso la barbilla sobre la cabecita de su hija y tragó con dificultad. Así se quedaron un buen rato; hasta que se dio cuenta que lo peor que podía hacer era permanecer en esa maldita habitación, a oscuras, acechados por fantasmas de  sus recuerdos.

—¿Cap'n Crunch? —preguntó Víctor.

Heather asintió.

No habían pasado cinco minutos cuando ambos ya estaban abajo; ella con un bol de cereal y los cuidados de Hi-5 (las mejores niñeras del mundo en opinión de Víctor); él frotándose los ojos y luchando por mantener un tono de voz calmado por el teléfono.


—¿Será que me escucha un momento?

No gritarle a la idiota al otro lado del auricular era una hazaña épica.

—Se lo repito, el doctor Wallerstein no está de guardia.

—Lo sé —dijo Víctor tragándose la rabia—, por favor deme el número de su casa.

—Si usted es su paciente, debió de haberle dado su número móvil.

—¿Le sueno como un niño?

—¿Qué? —preguntó la mujer.

—Wallerstein es un jodido pediatra. ¿Le sueno como un niño?

—No me levante la voz.

Víctor se frotó la boca con la mano y apoyó el brazo en la pared, una pared que quería reventar a trancazos con cada segundo que pasaba.  

—Mire... —suspiró—. Mi hija está gritando, ¿entiende? Gri-tan-do de dolor en las noches. No puede dormir. Si esto no es una emergencia...

—Ah, es usted —dijo reconociéndole—. Su hija tiene terrores nocturnos

—¡Ya sé que es lo que tiene!

—Si no se calma-

Sus nudillos atacaron la pared.

—Quiero hablar con el médico de turno.

—La doctora está atendiendo una emergencia.

Víctor encontró un resabio a desdén en la palabra emergencia.

—¿Una verdadera emergencia?

Escuchó claramente como la mujer soltaba una bocanada de aire cargada de desprecio.

Casi podía verla torciéndole los ojos.

—Llame en horario de oficina y pida una cita. Buenas noches.

El pitido en el teléfono fue como una patada en la ingle.

Víctor arrojó el inalámbrico contra el sofá. ¿Qué se supone que haría ahora? Diana, su esposa, sabría qué hacer. Ella era quien entendía a la pequeña Heather; era quien sabía cuándo su tos significaba gripe con solo oírla.

Pero su esposa había muerto hace tres meses.

La había perdido.

Así como pronto perdería a la pequeña Heather también. 

Continuará...

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Más historias inconexas se unirán en un evento que definirá el destino de la humanidad. ¿Quién es Víctor? ¿De qué lado estará en el Apocalipsis de Lucas? Pronto, sabrás las respuestas.
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El Infierno de los Suicidas por Christian Nava se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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