—Perra
—gritó Paul asomándose al callejón—. Tendré que bajar desnudo a buscar mi
mierda.
Brit
tenía las uñas clavadas en la madera. Casi todo su peso estaba apoyado sobre la
rodilla derecha, en el borde de la tabla que unía las dos azoteas; mientras que
el resto de su cuerpo colgaba en el vacío.
El sacudón
que Paul le dio al tablón había sido suficiente como para que ella perdiera el
equilibrio y soltara el asco de ropa que llevaba entre los brazos.
La
ropa de Paul.
«Maldición».
Brit quiso decir algo inteligente, sarcástico. O quizás algo como “eso te
enseñará a no meterte con las mujeres”. Sin embargo, las palabras no llegaban.
Casi
podía escuchar a Kevin (no le decía papá desde el año pasado) hablando en su
velorio. Hablaría de lo problemática que era, de cómo intentaron ayudarla y
nunca fue suficiente. Y lo peor... la compararía con su madre, quien por demás no
se molestaría en asistir al sepelio.
«¡Qué
se joda el papel de víctima!»
Igual
que la vez anterior, si moría, lo haría bajo sus propios términos.
Llenó
sus pulmones de valor y se puso de pie. Ya no temblaba.
Paul
la miró boquiabierto. Algo había cambiado y ambos lo sentían.
A
Brit le encantaba esa mirada desconcertada en los hombres. Ella sabía que con
sus piernas largas y un rostro que mezclaba inocencia y seducción, tenía cierto poder sobre
el sexo masculino.
El
mismo poder que había hecho que su amiga, Emily, se sintiera intimidada y obligada
a lanzarse en los brazos de este cabrón para probar que ella también podía, como
decían en el colegio: “Levantar pitos”.
—¿Por
detrás? —preguntó Brit desafiante.
—¿Qué?
Paul arrugó la cara confundido.
—¿Te
gusta por detrás? —insistió Brit—. Si me matas... Vas a ser la perra de alguien.
—¿Qué?
Brit
sonrió y le explicó en tono condescendiente.
—Me
matas, yo grito por cinco segundos —la sonrisa de Paul desapareció y Brit lo castigó con una
mirada gélida—. Me matas, tú gritas todas las veces que te violen en la cárcel.
—No... —Paul retrocedió—. Yo...
Entonces,
sucedió algo que Brit no pudo predecir. La puerta que llevaba a la azotea se
abrió rompiendo el tenso silencio con la música de la fiesta por un par de segundos.
Brit
puso los ojos como platos al darse cuenta de quién había llegado.
—No
puede ser —murmuró.
—¿Hija?
—¿Kevin?
Sintiéndose
protegida al ver al papá de su amiga, Emily vomitó una letanía de explicaciones.
Comenzó con el intento de violación y terminó contando como Brit había golpeado
a Paul en la cabeza con un tubo para esconderle su ropa en el techo de al lado.
Siguiendo
a Kevin, y oliendo el drama como los tiburones huelen la sangre, varias
personas llegaron a la azotea con tragos en una mano y smartphones en la otra.
Brit se estaba convirtiendo en una celebridad clase B en YouTube, gracias a la
maldita necedad que tenían sus compañeros de documentar cada lío en que se
metía.
La
novedad: Tener a su papá como artista invitado.
—Su
hija es una loca de mier-
—Cuidadito
—le advirtió Kevin, aguantándose las ganas de romperle la cara.
—Tiene
21 —dijo Brit.
—¿En
serio?
El golpetazo no se hizo esperar, y Paul quedó tendido en el suelo.
Mientras
las risotadas y aplausos de los espectadores llenaron la azotea, Paul se puso
de pie listo para devolver el golpe. Pero Kevin Smith había trabajado toda su
vida en construcción, y tenía brazos como troncos y un torso amplio y macizo
como un barril.
—Esto
no se queda así —amenazó Paul.
—Mejor
ocúpate de tu problemita, ¿sí? —dijo Kevin
mirándole la entrepierna—. ¡Largo!
El espectáculo había terminado. Paul
y los demás no tardaron en marcharse. Emily intentó quedarse, hasta que Kevin la ahuyentó con solo mirarla.
Los
ojos de Brit escocían con lágrimas de rabia.
—Me
puedo cuidar sola.
—No
me digas —Kevin cruzó los brazos.
—Tenía
todo bajo control. Es más, ¿desde cuándo te importa?
—Sabes
que no es verdad.
Brit
se echó a reír.
—¿Te
dio permiso tu esposita de salir?
—Está
abajo.
Brit
chasqueó la lengua y sacudió la cabeza.
—¿Qué
pasó? ¿No dejan entrar perras?
Aunque
las luces eran escazas, vio que a Kevin se le subían los colores al rostro
debajo de su barba canosa.
—Es
mi esposa.
—No
es mi mamá.
—Tu
madre-
—¡Qué
se joda también!
Los
dos se quedaron en silencio, respirando rabia como toros embravecidos. Deseaba
abofetearlo y sabía que él luchaba por no darle de correazos allí mismo.
Después de que Brit se bajó de la tabla, ninguno dijo nada por un buen rato.
—Ven
—pidió Kevin tras respirar hondo—. Vamos a ver a tu abuela.
—¿Para
eso viniste a buscarme?
—Por
favor —dijo Kevin señalando la puerta.
—¿Para
qué? Ni sabe quién eres.
Él
apretó los párpados y suspiró.
—¿Por
qué eres así conmigo?
—¿Contigo?
—sonrió sorprendida al egoísmo de Kevin.
—Demonios,
Brit —dijo halándola hacia la salida—. Veremos a tu abuela y te comportarás
como un ser humano.
—Divertido —dijo mientras pensaba que
este día no podría ponerse peor.
Pero
estaba equivocada.
Mortalmente
equivocada.
Continuará...
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El
próximo martes, no te pierdas la llegada de River. El vínculo que pronto unirá los
destinos de Lucas y Brit para decidir el futuro de la humanidad.
El Infierno de los Suicidas por Christian Nava se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://navanieves.blogspot.com/.
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Y qué pasó? o.o
ResponderEliminarPronto lo sabrás XD
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