miércoles, 21 de agosto de 2013

El Infierno de los Suicidas. Capítulo 6: RIVER

Cuando River abrió los ojos sintió el cuello engarrotado de inmediato, y tuvo la inquietante impresión de estar olvidando algo importante. 

El sucio techo, a un escaso metro de su cara, era el mismo que había sido siempre durante los últimos años de su condena.

«Podría ser peor», pensó al llevarse la mano al cuello para masajearlo. Fue inútil intentar relajarse. Un masaje no es un masaje, a menos que te lo de otra persona. 

Y en prisión, aceptar u ofrecer massages, es... contraproducente.

Así que cero masajes para River.

Y no por falta de violenta insistencia.


Parecer de veintitantos, y tener una de esas caras de chico malo de película adolescente (que las mujeres se humedecen por redimir), hacía de su culo un trofeo.

No que hiciera falta tener el cuerpo de un modelo de catálogo para estar en la lista de espera de los proctólogos amateurs de San Quintín.

Todos se ven dulces en cuatro —le explicó al oído uno de los hispanos en su primera semana como Pez*.

Por su puesto, el cabrón no dijo nada más por un mes. Y River terminó aislado en SHU.

«Ahora el señor proctólogo solo puede comer compotas usando un jodido pitillo.»

Después de eso, lo acorralaron un par de veces más. Incluso consiguieron apuñalearlo con un cepillo de dientes afilado como navaja.

—¿Qué te gusta más que te meta? —preguntó uno de los rednecks la semana siguiente agarrándose la entrepierna con una mano y sosteniendo un puñal con la otra.

Pero todas las veces terminó igual. River en el agujero, aislado por "Conducta Agresiva", y algún reo contando sus fracturas (si es que recordaban cómo contar al despertar).

—Me gusta lo simple. Te llenas la boca de amenazas, te la lleno sangre y dientes —le dijo River a su primer compañero de celda antes de dejarlo paralítico.

Pero eso fue hace diez años.

Ahora estaba en su celda, acompañado por un anciano que solo quería volver a casa con su familia.

Últimamente a River se le mezclaban los días, y el tiempo era lo único que le quedaba por matar. En especial momentos como este, cuando no podía hacer otra cosa más que mirar al techo y esperar por el amanecer.

Un amanecer que no llegaría.

—¿Llueve? —preguntó Samuel, su compañero de celda.

Casi diez mil personas mueren al año freídos por relámpagos.

—¿Qué?

Ese número se quedará corto hoy dijo River sin saber porqué.

—¿Qué dices, Gray—preguntó Samuel.

River se pasó la mano por la cara.

—Samuel, practica para tu funeral y cierra los ojos sin decir palabra.

—Eso intento, pero estabas chillando como una niñita mientras dormías.

«La pesadilla. Se me había olvidado.»

—No te luce, viejo.

—¿Huh?

—Pretender que tienes cojones —bromeó River.

Samuel carcajeó ásperamente y River se sonrió. No eran amigos. River no tenía amigos. Pero al menos no le molestaba su presencia, y eso era bastante.

—Tremendo palo de agua —murmuró el viejo parándose junto a los barrotes.

River guardó silencio. Se quedó allí, viendo como el pasillo al otro lado de sus rejas se encendía fugazmente en rojo. 

«Relámpagos de sangre.»

Los otros reos se estaban alterando, River casi podía oler el miedo en el aire.

Este va a ser un día de mierda —dijo Samuel.

Y no sabían cuánta razón tenía.

Continuará...
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Mañana regresa BRIT. Así que está pendiente de la quinceañera más popular en el infierno de los suicidas.

*Revisar segunda definición.  
Licencia Creative Commons
El Infierno de los Suicidas por Christian Nava se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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