viernes, 2 de agosto de 2013

Cuento Corto: LAZARUS

Mi nombre es Jaden Wirth. Soy un fugitivo de los neo-campos de concentración suramericanos. Y tengo que matarte.

No pongas esa cara. Sí. Hablo contigo. Lo lamento. Pero para que la humanidad sobreviva, tú debes morir.

Verás, yo trabajaba en una unidad especializada en la neutralización preventiva de armas bacteriológicas. Se podría decir que mi misión era mantener cerrada La Porte de l'Enfer.

Pero el 21 de diciembre del 2.109, alguien encontró las llaves y dejó que Satán saliera a jugar.

Decir que el apocalipsis nos estalló en la cara, sería quedarse corto. 

Un virus llamado Lazarus se esparció como la gripe y arrasó con más del treinta por ciento de la población de América.

Los mató a todos.


Ardor en la garganta, tos, seguido por espesas secreciones nasales, vómitos sanguinolentos, espasmos involuntarios y, eventualmente, un colapso total del sistema nervioso. 

Todo pasó tan rápido. Ni siquiera pude llorar a mi dulce Ana. Trabajaba cuando recibí la llamada.

Estaba tan cerca de la cura.

Eran las tres de la mañana cuando Moriah, mi esposa, me llamó sollozando. No dijo nada. Me quedé mirando el móvil en mi mano durante una eternidad, incapaz de hacer otra cosa que no fuese sentir dolor.  

Lo único peor que ver morir a tu hija, es verla volver de entre los muertos.


No hay forma de explicar el horror que sentí cuando vi el cadáver de mi nenita levantarse en el funeral oficiado por el Rabino Abel Siskind.

El corazón se me detuvo y las entrañas se me helaron. Creo que alguien me haló por la manga, para decirme algo. Yo no lo oí. No oí nada. Ni las risas, ni el llanto, ni los gritos que vinieron después.

Supe que América estaba perdida cuando mi bebita, la misma que le gustaba hundirse en mi pecho cuando volvía del trabajo y oler esa fragancia a pipa de mi barba, le arrancó un tajo de la yugular a su madre con un mordisco.

Sus ojos lechosos, su piel pálida, sus encías negras. Oy vey iz mir. Los 122.237.514 fallecidos en cinco días no fue lo peor.  Lo peor es que al séptimo día… Ya no estaban muertos.


Demasiada muerte, demasiada miseria. El gobierno tuvo que tragarse sus políticas xenofóbicas y huir al sur. Cruzar a través del mismo muro que había levantado para mantener a los latinos en su lado del continente.

Pensamos que nos iban a recibir con los brazos abiertos. Pero la venganza es un plato que se sirve frío.

Tras décadas de boicot comercial al gobierno dictatorial que había unificado a la Sudamérica socialista; la venganza fue lo más dulce que podían haber probado sus labios hambrientos.

Nos engañaron con una falsa tregua. Nos dieron caza. No para matarnos, sino para hacer lo que Estados Unidos les había hecho durante siglos: forzarlos a trabajar hasta la muerte.

Nos encerraron en neo-campos de concentración.


La muerte me seducía. Cuando llevaron a los débiles y ancianos a los incineradores para quemarlos vivos, cuando estuve tantos días sin comer que soñé que le devoraba la yugular a mi esposa. Morir era mi único deseo.

Hasta que me dieron la carta.

Una carta donde estaba escrito el futuro. Una carta que nos reveló secretos y ayudó a un puñado de nosotros a escapar.

Me volví un creyente.

Los que escribieron la carta nos llevaron a un sitio seguro y nos dijeron que uno de nosotros tenía la clave para prevenir el apocalipsis. Imagina mi sorpresa cuando descubrieron que era yo. Un anciano mal nutrido que lo había perdido todo.

Me reclutaron. Me dieron una misión.

Su plan era ridículo. Un chiste cruel. ¿Regresar al pasado? Yo sabía que viajar en el tiempo era imposible. La materia no puede regresar al pasado.

—Pero tu mente sí —me dijeron.

Y ahí entras tú.


Para regresar en el tiempo necesitaba un huésped. Encontrar uno compatible fue una quimera. Pude haber dejado de existir al echar atrás las agujas del reloj. Pero no lo hice.

Estoy dentro de ti.

Puede que dios juegue con los dados, pero el destino juega ajedrez.

Esta vez vamos a hacerles jaque mate a esos bastardos antes de que se arme el tablero. Los terroristas que fabricaron Lazarus. Los sudamericanos. Todos van a pagar por sus pecados futuros.

No soy un sádico. No quiero torturarte. Necesito que entiendas, y te pido perdón. Por años he vivido dentro de ti en silencio. Amo lo que amas y te prometo que viviré una buena vida con tu cuerpo después de que cumpla mi misión.

Lamentablemente, tu mente debe morir.

No le muestres esto a nadie. Su contenido está en blanco. Es tu mente (o la mía) demostrando que no estás en control. Cada segundo gano fuerza.

Despídete de tus seres queridos. Pero apresúrate. Pronto vendré por ti.
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Cuento Corto Lazarus por Christian Nava se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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