martes, 20 de agosto de 2013

El Infierno de los Suicidas. Capítulo 5: RIVER

Quizás necesitaba decir algo para marcar la ocasión. Era su suicidio después de todo.

River no estaba seguro, pero podría resultar divertido decir algo que alguien quisiera citar después.

Después de todo, la gente siempre ha dicho ridiculeces como: “Las cosas empeoran antes de mejorar”. 

La gente es estúpida.


Llegado este punto, donde un cargamento de mierda ya ha golpeado un ventilador industrial... Las cosas solo van a empeorar antes de empeorar.

No era pesimismo. Era realismo. El secreto era que no le importaba un demonio.

Ya no.

«Y después dicen que me falta un tornillo», pensó mientras estiraba los labios en esa sonrisa sardónica que se le daba tan fácil.

¿Acaso podría culparlos ahora? A cualquiera le costaría considerar cuerdo a un tipo que tiene una nueve milímetros en la boca y está por tragarse una bala para el desayuno.

—Bienvenido al reino de los cielos —dijo una voz suave desde las sombras.

«Pfff… ¿Pueden creerlo? ¿Quién le escribe los diálogos de este idiota?», pensó intentando perforar la penumbra que lo rodeaba con su afilada vista, sin distinguir nada.

—Prefiero pisar el acelerador en la autopista al infierno —respondió con claridad a pesar de tener el cañón del arma pisándole la lengua.

El sabor metálico de la sangre en sus encías inflamadas por los golpes se mezcló con el de la pistola. River ya sabía cómo iba a terminar esto.

O eso creía.

Apretó el gatillo y cayó muerto.

Mentira.

Sintió el calor, el latigazo de aire que le infló y espichó los cachetes en fracciones de segundo, el dolor fulminante, el olor a carne quemada, dientes explotando, un cuerpo desplomándose.

Solo que no era su cuerpo.


«¿Qué carajo?»

Cuando apretó el gatillo, sintió la detonación. Pero otro cuerpo fue el que murió, no el suyo.

River se volteó y la vio.

Alguna vez había aprendido, en el campo de batalla, que los cadáveres frescos guardan una cierta belleza. Ese momento cuando la vida aun se aferra a la carne y al hueso.

Pero esto no tenía nada que ver con eso.

La chica era hermosa, esbelta, de ojos preciosos que miraban sin mirar. Su cabello arenado estaba adherido por sangre pegajosa en el costado derecho; ahí, donde la bala le había arrancado la vida de un feroz mordisco.

De pronto a River se le cerró el pecho. Verla le taladró un hueco gélido en el estómago, y los ojos se le humedecieron de rabia e… ¿Impotencia?

«¿Por qué estoy aquí?»

Adelante, detrás y a sus lados, la oscuridad se disolvió. Pudo distinguir que el hombre del diálogo cursi no era más que un reflejo, uno de cientos.

«Un cuarto de feria.» River se sonrió. «Esto está muy jodido.»

No recordaba haber llegado allí. Y sin embargo, esa fue la mejor explicación que consiguió.

Se encontraba en un cuarto de feria. Uno de esos que tienen decenas de reflejos informes burlándose de ti.

River miró a todos sus yos desfigurados, y no supo cuál era el verdadero.


Ningún espejo reflejaba su magnético rostro de veinteañero eterno de ojos leonados y sonrisa feroz; ninguno mostraba su cuerpo tallado en músculos entrenados para matar; ninguno mostraba un reflejo remotamente parecido al suyo.   

Todos lo miraban mofándose, y River no pudo evitar sentirse pequeño.

Su pulso firme ahora flaqueaba y la pistola se sintió pesada.

La ansiedad que lo inquietó fue casi infantil. Como descubrir, al llegar al colegio, que hay un examen para el que no has estudiado.

«Ridículo» pensó riéndose de su propia debilidad. «Sigue adelante.» 

Y así lo hizo.

Caminó hasta percatarse que uno de los espejos estaba vacío. Se acercó a este, y sintió que una mano tocaba su espalda.

River se volvió para encontrar algo que jamás pensó que volvería a ver. Y entonces, decidió intentarlo de nuevo. Apuntaría a su sien, apretaría el gatillo, y esta vez no fallaría.

Carcajeó complacido de estar en control.

—Yo decido cuando morir. No tú. 

Continuará...

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Mañana continuaremos con el desenlace del suicidio de River. ¿Dónde está? ¿Quién era la muchacha? ¿Por qué la mató al intentar suicidarse? Vuelve mañana para ir descifrando las respuestas de este rompecabezas apocalíptico.   
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El Infierno de los Suicidas por Christian Nava se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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