La última
canción del programa terminaba, y Heather se mostraba mucho mejor. Ya no estaba
pálida y sus ojitos avellanados habían recobrado su usual candidez.
Víctor
se le acercó y la besó en la cabeza al recoger el bol vacío donde ella había
comido cereal.
—Pica
—dijo ella rascándose la frente.
Víctor
se pasó una mano por la barbilla y sintió los pinchazos de sus gruesos vellos.
Sí. Le hacía falta una buena afeitada. Frunció el entrecejo. No. La verdad es que necesitaba
más que una afeitada. Debía de lucir deplorable. ¿Desde cuándo no se miraba en
un espejo?
Ahora
que llevaba puesto solo unos bóxers y
una franelilla blanca, se dio cuenta que poco quedaba del cuerpo de aquel
jugador de fútbol americano universitario que fue alguna vez.
«Hasta
el médico me dijo que mido tres centímetros menos.»
Sacudió
la cabeza y puso el trasto en el fregadero. De un imponente Quarterback de
metro noventa, había pasado a ser un enclenque cincuentón de un metro ochenta y algo.
Abrió
una de las alacenas para ver qué se preparaba de comer y un ruido seco lo sobresaltó.
—¿Qué
pasa, Heather? ¿Por qué le pegas al televisor?
—La
pantalla tiene las hormiguitas blancas y negras peleando.
Víctor
suspiró.
—Ya
lo reviso.
Víctor
se dio la vuelta y se llevó por delante la puerta de la despensa con la
frente.
«¡La
madre que te parió!»
Víctor
cerró la alacena de un portazo y estuvo a punto de hervir de la rabia. Pero,
una risita lo alivió. Fue como si hubiesen removido la tapa en una olla a presión a
punto de explotar.
—¿Gracioso?
Heather
no se pudo aguantar y soltó una melodiosa carcajada. Se llevó las manitos a la
boca, penosa del diente de leche que se le había caído dos días antes.
—¿Gracioso?
—sonrió Víctor con malicia—. A ver si esto te parece gracioso. ¡Ataque del monstruo
cosquillas!
Víctor caminó hacia Heather moviendo los dedos como patas de araña.
—No,
papi. No —dijo ella entre risas.
Heather
se protegió la planta de los pies (su punto débil) con las manos.
Sin
embargo, Víctor no llegó a hacerle cosquillas. Él se detuvo a mitad de camino al sentir
un murmullo ominoso bajo sus pies.
—¿Papá? —preguntó Heather asustada.
Un
terrible crujido estalló como un trueno en el medio de la sala. Antes de poder
hacer nada, Víctor estaba en el piso.
—¡Heather!
Intentó
pararse, pero era imposible. El piso temblaba, las paredes se estremecían como un
cuerpo que convulsiona frenéticamente antes de morir.
—Papi
—gritó Heather.
La niña se escondió bajo la mesa, mientras Víctor gateaba para alcanzarla.
Las
alacenas vomitaron vasos y platos que se quebraban en el piso. La lámpara del
techo se estrelló sobre la mesa donde Heather estaba refugiada. Las paredes se
agrietaron mientras que las ventanas se sacudieron como si alguien las
estuviese golpeando, desesperado por entrar.
—¡Heather!
—gritó Víctor para hacerse escuchar por encima de las enloquecedoras alarmas de los
carros afuera de la casa.
Víctor
sintió como las punzantes astillas de vidrio y cerámica se le enterraban en las
palmas de las manos, como le mordían los codos y antebrazos como si fuesen
filosos dientes.
—No
te muevas. Ya voy.
Cuando
por fin Víctor sostuvo a Heather entre sus brazos, la manchó de sangre. Cosa
que le revolvió el estómago, aunque no supo el porqué.
—Ya
pasó —dijo una y otra vez.
Hasta
que, finalmente, la tierra dejó de temblar.
Tras
vivir muchos años en California, Víctor estaba acostumbrado al ocasional
temblor.
Esto
había sido diferente.
—Papá...
Víctor
no la escuchó.
Estaba
hipnotizado por una mancha en la pared.
Toda
la pintura era del mismo color desgastado por el sol. Toda la pared era de un
color crema añejado por el tiempo. Toda, excepto por una mancha en forma de
cruz.
Un
crucifijo había estado colgado allí durante mucho tiempo; y ya no estaba.
No
desde lo de Diana.
Y
ahora, no tener el crucifijo allí, le pareció que dejaba un vacío terrible. Un
vacío de esos que Víctor solo sabía llenar con whisky.
—Papá.
Una
vacuidad... De las que crecen para devorarlo todo.
—¡Papá!
—insistió la niña.
Víctor
reaccionó, miró a Heather y esperó no verse tan aterrado como se sentía.
—¿Papi, vamos a estar bien?
—¿Papi, vamos a estar bien?
Continuará...
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Mañana
continúa “El Infierno de los Suicidas” con la llegada de RIVER. Finalmente
conocerán a la pieza clave en la lucha final entre Dios y el Diablo por el
destino de la humanidad.
El Infierno de los Suicidas por Christian Nava se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://navanieves.blogspot.com/.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://navanieves.blogspot.com/.
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