lunes, 19 de agosto de 2013

El Infierno de los Suicidas. Capítulo 4: VÍCTOR

La última canción del programa terminaba, y Heather se mostraba mucho mejor. Ya no estaba pálida y sus ojitos avellanados habían recobrado su usual candidez.

Víctor se le acercó y la besó en la cabeza al recoger el bol vacío donde ella había comido cereal.  

—Pica —dijo ella rascándose la frente.

Víctor se pasó una mano por la barbilla y sintió los pinchazos de sus gruesos vellos. Sí. Le hacía falta una buena afeitada. Frunció el entrecejo. No. La verdad es que necesitaba más que una afeitada. Debía de lucir deplorable. ¿Desde cuándo no se miraba en un espejo?

Ahora que llevaba puesto solo unos bóxers y una franelilla blanca, se dio cuenta que poco quedaba del cuerpo de aquel jugador de fútbol americano universitario que fue alguna vez.

«Hasta el médico me dijo que mido tres centímetros menos.»

Sacudió la cabeza y puso el trasto en el fregadero. De un imponente Quarterback de metro noventa, había pasado a ser un enclenque cincuentón de un metro ochenta y algo. 

Abrió una de las alacenas para ver qué se preparaba de comer y un ruido seco lo sobresaltó.



—¿Qué pasa, Heather? ¿Por qué le pegas al televisor?

—La pantalla tiene las hormiguitas blancas y negras peleando.

Víctor suspiró.

Ya lo reviso.

Víctor se dio la vuelta y se llevó por delante la puerta de la despensa con la frente.

«¡La madre que te parió!»

Víctor cerró la alacena de un portazo y estuvo a punto de hervir de la rabia. Pero, una risita lo alivió. Fue como si hubiesen removido la tapa en una olla a presión a punto de explotar.

 —¿Gracioso?

Heather no se pudo aguantar y soltó una melodiosa carcajada. Se llevó las manitos a la boca, penosa del diente de leche que se le había caído dos días antes.

—¿Gracioso? —sonrió Víctor con malicia—. A ver si esto te parece gracioso. ¡Ataque del monstruo cosquillas

Víctor caminó hacia Heather moviendo los dedos como patas de araña.


—No, papi. No —dijo ella entre risas.

Heather se protegió la planta de los pies (su punto débil) con las manos.

Sin embargoVíctor no llegó a hacerle cosquillas. Él se detuvo a mitad de camino al sentir un murmullo ominoso bajo sus pies.

—¿Papá? —preguntó Heather asustada.

Un terrible crujido estalló como un trueno en el medio de la sala. Antes de poder hacer nada, Víctor estaba en el piso.

—¡Heather!

Intentó pararse, pero era imposible. El piso temblaba, las paredes se estremecían como un cuerpo que convulsiona frenéticamente antes de morir.

Papi —gritó Heather.

La niña se escondió bajo la mesa, mientras Víctor gateaba para alcanzarla.


Las alacenas vomitaron vasos y platos que se quebraban en el piso. La lámpara del techo se estrelló sobre la mesa donde Heather estaba refugiada. Las paredes se agrietaron mientras que las ventanas se sacudieron como si alguien las estuviese golpeando, desesperado por entrar.

—¡Heather! —gritó Víctor para hacerse escuchar por encima de las enloquecedoras alarmas de los carros afuera de la casa.

Víctor sintió como las punzantes astillas de vidrio y cerámica se le enterraban en las palmas de las manos, como le mordían los codos y antebrazos como si fuesen filosos dientes.
  
—No te muevas. Ya voy.


Cuando por fin Víctor sostuvo a Heather entre sus brazos, la manchó de sangre. Cosa que le revolvió el estómago, aunque no supo el porqué.

Ya pasó —dijo una y otra vez.

Hasta que, finalmente, la tierra dejó de temblar.

Tras vivir muchos años en California, Víctor estaba acostumbrado al ocasional temblor.

Esto había sido diferente.

—Papá...

Víctor no la escuchó. 

Estaba hipnotizado por una mancha en la pared.

Toda la pintura era del mismo color desgastado por el sol. Toda la pared era de un color crema añejado por el tiempo. Toda, excepto por una mancha en forma de cruz.

Un crucifijo había estado colgado allí durante mucho tiempo; y ya no estaba.

No desde lo de Diana.

Y ahora, no tener el crucifijo allí, le pareció que dejaba un vacío terrible. Un vacío de esos que Víctor solo sabía llenar con whisky.

—Papá.

Una vacuidad... De las que crecen para devorarlo todo.

—¡Papá! —insistió la niña.

Víctor reaccionó, miró a Heather y esperó no verse tan aterrado como se sentía.

   —¿Papi, vamos a estar bien?


Continuará...

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Mañana continúa “El Infierno de los Suicidas” con la llegada de RIVER. Finalmente conocerán a la pieza clave en la lucha final entre Dios y el Diablo por el destino de la humanidad. 
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El Infierno de los Suicidas por Christian Nava se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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