—¡Fuera, River! Tienes visita.
«¿Visita?»
River echó un vistazo y reconoció
de inmediato al guardia. Era alto, de bigote canoso, vestía el mismo uniforme
color a mierda de bebé que llevaban todos los custodios de San Quintín. Era el
teniente Murphy.
—No, gracias —dijo River—. Quédate
“La Atalaya”. Solo recibo testigos en la corte.
—Todos son comediantes —le dijo
Murphy a un hombre que se acercaba. Era un tipo regordete de barba rala, con una
gorra de los Yankees en la cabeza, cámara de video profesional en la mano, y chaleco
de protección en el torso.
River frunció el ceño al leer el
carnet en el pecho del visitante.
«T.E.T.R. Jesús Olivares... ¿Camarógrafo?»
—Murph, hace mucho que terminaron
mis quince minutos.
—¿Por qué, señor Hel? —preguntó
un tercer hombre que River no había visto hasta ahora; un afroamericano de
cabello cano al ras y barba prolija. No llevaba carnet, pero sí un chaleco de
protección igual al del camarógrafo—. Casi todo el mundo haría cualquier cosa por
estar en el medio del escenario.
—Casi —confirmó River.
—Pero usted no es todo el mundo, ¿verdad?
No hubo respuesta, solo un prolongado silencio y una mirada pétrea.
—Señor... —comenzó Murphy sin poder
recordar el nombre del visitante.
—Pope.
—Señor Pope, puedo buscarle un reo
con la boca menos grande —dijo Murphy mirando al compañero de celda de River—, y
mejor sentido común.
—Hay una tormenta afuera, hubo
una revuelta en el comedor... Y aun así, estoy aquí —explicó Pope—. No quiero común, quiero al señor Hel.
—¿Por qué? —Murphy cruzó los
brazos y mascó su chicle con impaciencia.
—“Con todo mi corazón te daré gracias —Pope
miró a River de soslayo—, en presencia de los dioses te cantaré alabanzas”.
—¿Qué es eso? —preguntó Murphy.
—Salmo 138 —dijo Pope—. ¿Acaso no
ha leído nunca la biblia?
Murphy levantó el mentón e irguió
el cuerpo para imponer su metro noventa de estatura.
—Tranquilo, Murph —River sonrío. Pope le agradaba lo suficiente como para matarlo—. Voy a ojear esa “Atalaya”
después de todo.
Minutos más tarde, aún sin Samuel, la angosta celda se antojaba claustrofóbica con Murphy, Pope, River y el
camarógrafo adentro.
—¿Preparado? —preguntó el camarógrafo.
—Sí —asintió River—. ¿Tú?
—Señor Hel, yo hago las preguntas
—dijo Pope.
—¿Y quién dará las respuestas? —preguntó River.
Pope sonrió y comenzó:
—¿Por qué está en prisión?
—Una entrevista que terminó mal.
—River... —regañó Murphy.
Pope levantó la mano pidiendo calma.
Carraspeó antes de seguir:
—¿Cómo lidia con su culpa?
—¿Culpa? —River arqueó su ceja—. ¿Y
el beneficio de la duda?
—¿Es inocente entonces?
River sacudió la cabeza.
—Todos somos culpables de algo. ¿Acaso
no ha leído nunca la biblia?
Pope sonrío de nuevo, pero esta
vez hubo algo diferente en su mueca. Una malicia que no estaba allí antes.
—Dígame señor Hel, ¿le gusta el
cine?
A River se le revolvió el estómago de repente.
—¿Por qué? ¿Quieres que salgamos en una
cita?
—A mí me encanta el cine —siguió
Pope—. Las historias, la emoción, los héroes, escapar de la realidad.
—Lo que te gusta es el engaño —dijo
River.
—¿Acaso no nos gusta a todos?
River puso los ojos como
rendijas y recriminó:
—Opio para las masas. Una burda mentira.
—¿Y cuál es la verdad? —quiso
saber Pope.
—Nadie es protagonista. Todos somos extras.
Pope miró al
camarógrafo, y se pasó el índice por las cejas antes de continuar.
—Curioso que lo mencione. ¿Sabe
que en Hollywood hay quien hará lo que sea con tal de conseguir su protagonista?
—Hay actores que no quieren
entrar en escena —dijo River.
—Oh, pero la película ya está
rodando.
—Las películas son todas iguales.
Ya sé cómo terminan.
—Eso no cambia nada —dijo Pope—.
Hay que darle a la gente lo que quiere.
—¿Y qué quiere la gente?
El camarógrafo presionó un botón
en la cámara y, con una sorprendente rapidez, sacó de ésta una pequeña navaja
de cerámica.
A Murphy solo le dio chance de
soltar un lastimoso grito ahogado cuando le abrieron la garganta de lado a lado, en un movimiento fugaz.
—Un giro inesperado —dijo Pope.
Continuará...
----------------------------------------------
No te pierdas este jueves, el próximo capítulo de “El
Infierno de los Suicidas”.
El Infierno de los Suicidas por Christian Nava se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://navanieves.blogspot.com/.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://navanieves.blogspot.com/.
No hay comentarios:
Publicar un comentario