miércoles, 18 de septiembre de 2013

El Infierno de los Suicidas. Capítulo 14: LUCAS

Aldo Espósito fue el primero en apretar el gatillo. 

Sus limitados sentidos humanos fueron incapaces de seguirle el paso a Lucas, cuando éste emprendió su arremetida. 

Lucas se movió a volandas sobre Aldo, saltando sobre su cabeza, para quitarle la vida con una patada en la nuca.


«Qué frágiles son los hijos de Adán». 

Lucas giró sobre el suelo con una destreza a la que apenas se acercarían un puñado de los mejores atletas olímpicos. Luego observó, con una mueca condescendiente, como las balas surcaban el aire en la dirección equivocada. 

«Pobres criaturas. Ni se han percatado que estoy detrás de ellos».  

—Flanco izquierdo —gritó Agon Brander, tensando el cuello y girando sus anchos hombros, al intentar encontrar su blanco. 

Pero, antes de que pudiera disparar, Lucas lo había golpeado con el dedo índice en el entrecejo; matándolo en el acto.

Los siguientes en morir fueron Petrus Gnann y Edon Rohr. 

Jamás se dieron cuenta de lo que sucedió. Cuando apuntaron a la derecha, Lucas ya estaba a su izquierda. Le bastó con un leve empujón para impactar sus cuerpos contra el suelo, y destrozar sus huesos. 

«Ver esto debe ser difícil para Serge Zoss» pensó Lucas. «Vio morir a su hermano arrollado por un autobús a los siete años».

Así que siendo piadoso, Lucas se desvió diez metros hacia Zoss para asegurarse de que fuera el siguiente en morir. 

—¡Fuego! ¡Fuego! —la cara de Guy Reitnauer era una máscara de terror, una que Lucas rompió con un leve roce de sus dedos.


—Dios mío —murmuró el papa. 


—Exacto —dijo Lucas con una sonrisa ladina en el rostro. 

—Saquen a su santidad —ordenó Dylan Stager con una expresión lúgubre. 

Todos los presentes sabían que eso era imposible. 

«Pero saber no es suficiente. Ellos, que dedicaron su vida a la protección del legado cristiano, merecen maravillarse con la fuerza de dios.» 

Lucas se alejó de un salto para permitirles recargar sus armas, recuperar su valor. 

—Aquel de ustedes que este libre de pecado, que dispare la primera bala. 

Con caminar pausado, Lucas se acercó levantando los brazos dándoles la bienvenida.

Los proyectiles de los SIG SG 550 cortaron el aire directo hacia Él. Sin embargo, rebotaron en todas direcciones antes de hacer diana. 

—Imposible.

Hacia arriba, a los lados, al suelo... Como si chocaran contra una pared invisible. 

—No puede ser. 

Lucas sabía que era tiempo de que la voz de dios se escuchara en las entrañas de la iglesia, y él solo tenía una cosa que decir: 

—Ego te absolvo. 


Los gritos de dolor no duraron más que unos segundos.


«Ellos no saben lo que hacen», se dijo Lucas así mismo disfrutando la calma después de la muerte. 

De pronto, una voz, que sonó como un flagelo, rompió el silencio. 

—Basta.

Un hombre de la Guardia Suiza estaba aún de pie. Su corazón no le retumbaba en el pecho con la melodía del pánico, en sus ojos no había temor de dios. 

«Y su nombre me elude».

—Hijo, no —pidió el papa—. No lo merezco. Ya hay demasiado rojo manchando mis hábitos. 

—No, santo padre —su respiración era serena, su postura de combate impecable. La lanza, una extensión de su cuerpo—. No caeré.

—Tú eres uno de ellos —dijo Lucas. 

El papa apoyó su mano y consiguió ponerse en pie, su rostro estaba tirante de miedo y confusión.  

—¿Uno de qué? —preguntó. 

Lucas hizo un gesto intentando sosegar al papa. Dejó claro que no iba a matarle todavía.  

—Vine para hablar acerca de dos cosas, Kefás —dijo Lucas—. Primero: Está despedido. Segundo... 

—¿Despedido? Usted no puede —balbuceó el papa ahogándose con sus propias palabras—. Soy la cabeza de la iglesia.

—Y yo la guillotina —Lucas tuvo que llenarse de paciencia antes de continuar—. Segundo: Necesito información acerca de ellos.

Lucas señaló al guardia sin nombre. 

—¿La Guardia Suiza? 

—Ese no es ningún guardia —corrigió LucasEs un proscrito.

En el momento que la última palabra abandonó la boca de Lucas, el guardia blandió la lanza de abajo hacia arriba en un movimiento inhumano. 

Lucas solo tuvo que girar el pecho para esquivarlo, pero, sin duda, este ataque habría matado a cualquier hombre.

—Johan Milton Gustav... —se presentó el guardia al retroceder recobrando su defensa—. Ordo Clericorum Argentum. 

Lucas sonrío: 

—¿Sacerdote de Judas, eh? Ahora sí tienes mi atención.


Continuará…

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La semana que viene continuaremos con George, quien vivirá un extraño evento relacionado con el comienzo del final.

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El Infierno de los Suicidas por Christian Nava se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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