—¿Te gusta la oscuridad?
—Me encanta —había respondido River mientras sonreía, con el rostro manchado
de sangre, justo antes de que lo encerraran en SHU.
Y lo dijo en serio.
Sin embargo, ahora, la mohosa negrura se le estaba metiendo por los
ojos, sofocándole la garganta, ahogándolo en una vacuidad en la que solo
estaban él y los fantasmas de su pasado.
Y hoy, el pasado tenía sed de venganza.
Eso estaba claro.
Si River no hubiese tenido las manos esposadas detrás de la espalda, se
habría tocado los ojos solo para asegurarse de que aún estaban allí.
De pronto, la insoportable sensación de seis erizadas patas y un par de repugnantes
antenas recorriéndole frenéticamente la piel lo obligaron a sacudirse en un
espasmo.
«Maldita cucaracha».
River apretó los dientes. Las ratas le daban igual, pero las cucarachas
eran otra historia.
Las odiaba. No porque eran unos detestables insectos, sino
porque eran unos detestables insectos jodidamente difíciles de matar.
«Igual que cierto cabrón que conozco».
River sacudió la cabeza. El ácido olor a orina mezclado con el hedor a
sudor añejo eran como aguijonazos para su agudo sentido del olfato.
—Joder, Rain... —murmuró River apoyando su frente contra la inmunda pared húmeda.
Aunque el nombre de su hermana permaneció flotando en la oscuridad, no
fue su cara la que tomó forma en sus recuerdos, sino el rostro de un hombre amable
con una eterna sonrisa condescendiente en los labios:
«Lucas». River escupió la pared. «En dios confiamos».
Cada vez que pensaba en Lucas, River sentía un peso el estómago y la
boca se le impregnaba al sabor putrefacto de la muerte. Un gusto a metal, sangre
y pólvora.
Los músculos se le engarrotaron después de la primera hora. ¿Había
pasado apenas una hora? Así que escogió la mejor posición que pudo y no se
movió más. Si se quedaba quieto el cuerpo le molestaba menos.
River supuso que se había quedado dormido cuando, varias veces, los
ayeres se tornaron tan vívidos que su cuerpo reaccionó por sí solo.
En una ocasión intentó destruirle la dentadura a Lucas de un trancazo,
en otra intentó abrazar a su hermana, y luego se inclinó para besar a... «¿Laura?»
Hacía mucho tiempo que no pensaba en ella.
El tiempo se alargaba dolorosamente, o eso sintió River. Tras despertar y
quedarse dormido y despertar una tercera vez, le llevó un buen rato recordar en
dónde estaba. El aire se volvía frío y los sonidos distantes.
—Un giro inesperado —le había dicho Pope.
River recordó la cruenta secuencia de eventos segundo a segundo. Su celda fue el escenario. Él, Pope, el
camarógrafo y el teniente fueron los protagonistas.
Todo estuvo perfectamente orquestado. No había más guardias cerca que
Murphy, así que nadie advirtió cuando el camarógrafo sacó una navaja hecha de
cerámica y le rebanó la garganta al teniente.
—¿Quién eres? —preguntó River asumiendo posición de combate. Él sabía
que no tardarían en llegar los guardias o el escuadrón de contención.
En ese momento, como lobos oliendo sangre fresca, los otros reos aullaron
excitados desde sus celdas al ver como la vida se le derramaba al teniente
Murph entre los dedos, mientras éste luchaba por contener la hemorragia.
—Luces, cámara y acción —dijo Pope.
—Basta con la mierda del cine —reclamó River.
—¿Por qué? —preguntó Pope entrecruzando los dedos completamente
calmado—.Hablar de cine debería ser como hablar de casa.
La imagen del cálido teatro abandonado, al que River llamó hogar durante
tantos años, le cruzo por la mente.
«Lo sabía». Pope conocía secretos acerca de su pasado que solo un puñado
de personas sabían. «Está vivo».
—Lucas... —dijo River.
Pope asintió y extendió los brazos.
Acto seguido, el camarógrafo se abalanzó sobre Pope y le enterró la misma
navaja, todavía húmeda de roja muerte, en la espalda a su compañero.
—En dios confiamos —dijo Pope antes de escupir un buche de sangre, y no
decir nada nunca más.
Continuará…
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“El Infierno de los Suicidas” continuará este martes.
El Infierno de los Suicidas por Christian Nava se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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