jueves, 17 de octubre de 2013

El Infierno de los Suicidas. Capítulo 21. GEORGE

George sintió como el miedo se apoderaba de él.

—¿Emma? —dijo comprobando que todas las cabinas de los wáteres estaban vacías—. ¿Emma?


Desde que había descendido por las escaleras buscando los baños en los cavernosos vestidores, el lugar no le había dado buena espina. Pero jamás pensó que pasaría algo así. ¿Dónde estaba su sobrina? ¿Habría subido a buscar a su mamá?

En cuanto George salió de la última casilla, sintió como lo golpeaba una oleada de calor húmedo.

«¿Vapor?», se preguntó.

George caminó a trancos hacia las duchas. En los pocos segundos que le tomó cruzar el área de los casilleros, el vapor se transformó en una impenetrable mortaja. George no podía ver sin los lentes, y los lentes estaban tan empañados que era imposible ver con ellos.

—Maldita sea—dijo por lo bajo. ¿Cómo podía fracasar en algo tan simple como llevar a una niña al baño?

«Jason tiene razón», pensó. «Soy un inútil».   


George se detuvo y aguzó el oído. Utilizó los dedos índices como limpia parabrisas sobre sus gafas y luego apoyó su mano dubitativa sobre la pared de loza resbaladiza, intentando no tropezar. Su mano tanteó hasta cerrar la llave de la primera ducha.

El agua hirviendo abrasó la piel de George unas cuantas veces, pero, al menos, el denso vapor se estaba disipando.

«Ahí está».

Su sobrinita se encontraba sobre un taburete, de cara al enorme espejo que cubría toda la pared del fondo. No fue sino hasta ese momento que George se percató que estaba aguantando la respiración y, aliviado, soltó una bocanada de aire.


—Dios, Emma. No me asustes así —dijo  George sintiendo como la angustia se desvanecía con el vapor.

Pero algo no estaba bien.

—Tío... —gimoteó Emma.

Su sobrina, cubierta por una gruesa capa sudor que le adhería el flequillo a la frente, tenía los ojos como platos, y parpadeaba mucho. Por alguna extraña razón estaba más avergonzada que asustada.

—Yo no fui —lloriqueó Emma señalando al espejo—. Yo no fui.

George quiso abrazar a Emma, consolarla, pero no podía. Su atención estaba clavada en la imagen trémula que la niña había dibujado con su dedo sobre el espejo empañado. 

Los trazos se cruzaban con la elegancia propia de un artista, incluso sobre un lienzo tan caprichoso como el cristal.

El dibujo: Dos manos aprisionadas por un rosario.

«Esto significa que...»

Emma se retorció súbitamente y lanzó un grito terrible que retumbó en los húmedos y siniestros vestidores.

Pronto George supo por qué la niña había gritado de esa forma.

Alguien la estaba controlando.

El brazo de Emma se estaba moviendo por sí solo. Ella luchaba por contenerse, inútilmente, mientras pasaba el dedo índice sobre la superficie del cristal para firmar su obra de arte.

«XOXO, Cassie».

—¿Qué coño es esto? —preguntó Jason entrando detrás de ellos.

—Mi bebé —gritó Emily pasándole por un lado a George.

George no se volvió ni respondió. Solo se quedó allí, fascinado por la imagen que se disipaba en el espejo.

—Santo dios —exclamó el hombre con el que estaba haciendo negocios Jason, persignándose al ver el cristal.

George aguantó la respiración y sintió miedo de nuevo. A penas y se dio cuenta que su hermana lo fulminaba con la mirada.

—Yo misma me compré la mentira que estaba vendiendo —dijo Emily abrazando a su hija—. Pero de verdad estás loco, George.

—Ya quisiera —admitió él recostándose de la pared—. Es que no entiendes.

Emily titubeó:


—¿Entender qué?

George abrió la boca, pero alguien los interrumpió levantando la voz desde la entrada de los baños.

—Se hace tarde, George.

Todos los rostros se volvieron hacia las dos figuras que acaban de llegar: Una mujer elegante, algo masculina, con el cabello recogido en un sobrio y meticuloso moño; el otro, un hombre de color, de hábito sacerdotal negro y cabello al ras.

—No —dijo George retrocediendo.

«¿De qué sirve una advertencia con tan poco tiempo, Cassie?»

El sacerdote sacó un papel y se lo dio a Jason. Era obviamente una especie de orden de arresto.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Emily.

La mujer del moño sonrió y no dijo nada.

Continuará...

------------------------------------------------------

Gracias a su feedback, ahora “El infierno de los Suicidas” publica capítulos de estreno todos los jueves y domingos. ¡Te esperamos el fin de semana!


Licencia Creative Commons
El Infierno de los Suicidas por Christian Nava se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://navanieves.blogspot.com/.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://navanieves.blogspot.com/.

No hay comentarios:

Publicar un comentario