George sintió
como el miedo se apoderaba de él.
—¿Emma? —dijo
comprobando que todas las cabinas de los wáteres estaban vacías—. ¿Emma?
Desde que
había descendido por las escaleras buscando los baños en los cavernosos vestidores,
el lugar no le había dado buena espina. Pero
jamás pensó que pasaría algo así. ¿Dónde estaba su sobrina? ¿Habría subido a
buscar a su mamá?
En cuanto George salió de la última casilla, sintió como lo golpeaba una oleada de calor húmedo.
«¿Vapor?»,
se preguntó.
George caminó
a trancos hacia las duchas. En los pocos segundos que le tomó cruzar el área de
los casilleros, el vapor se transformó en una impenetrable mortaja. George no
podía ver sin los lentes, y los lentes estaban tan empañados que era
imposible ver con ellos.
—Maldita
sea—dijo por lo bajo. ¿Cómo podía fracasar en algo tan simple como llevar a una
niña al baño?
«Jason tiene razón», pensó. «Soy un inútil».
George se detuvo y aguzó el oído. Utilizó los dedos índices como limpia parabrisas sobre sus gafas y luego apoyó su mano dubitativa sobre la pared de loza resbaladiza, intentando no tropezar. Su mano tanteó hasta cerrar la llave de la primera ducha.
El agua
hirviendo abrasó la piel de George unas cuantas veces, pero, al menos, el denso
vapor se estaba disipando.
«Ahí está».
Su
sobrinita se encontraba sobre un taburete, de cara al enorme espejo que cubría toda
la pared del fondo. No fue sino hasta ese momento que George se percató que estaba aguantando la respiración y, aliviado, soltó una bocanada de aire.
—Dios,
Emma. No me asustes así —dijo George
sintiendo como la angustia se desvanecía con el vapor.
Pero algo
no estaba bien.
—Tío... —gimoteó Emma.
Su sobrina,
cubierta por una gruesa capa sudor que le adhería el flequillo a la frente, tenía
los ojos como platos, y parpadeaba mucho. Por alguna extraña razón estaba más
avergonzada que asustada.
—Yo no fui —lloriqueó
Emma señalando al espejo—. Yo no fui.
George
quiso abrazar a Emma, consolarla, pero no podía. Su atención estaba clavada en la
imagen trémula que la niña había dibujado con su dedo sobre el espejo empañado.
Los trazos se cruzaban con la elegancia propia de un artista, incluso sobre un lienzo tan caprichoso como el cristal.
Los trazos se cruzaban con la elegancia propia de un artista, incluso sobre un lienzo tan caprichoso como el cristal.
El dibujo:
Dos manos aprisionadas por un rosario.
«Esto significa
que...»
Emma se
retorció súbitamente y lanzó un grito terrible que retumbó en
los húmedos y siniestros vestidores.
Pronto
George supo por qué la niña había gritado de esa forma.
Alguien la
estaba controlando.
El brazo de
Emma se estaba moviendo por sí solo. Ella luchaba por contenerse, inútilmente, mientras pasaba el dedo índice sobre la superficie del cristal para firmar su
obra de arte.
«XOXO,
Cassie».
—¿Qué coño
es esto? —preguntó Jason entrando detrás de ellos.
—Mi bebé —gritó
Emily pasándole por un lado a George.
George no se
volvió ni respondió. Solo se quedó allí, fascinado por la imagen que se disipaba
en el espejo.
—Santo dios
—exclamó el hombre con el que estaba haciendo negocios Jason, persignándose al ver
el cristal.
George aguantó
la respiración y sintió miedo de nuevo. A penas y se dio cuenta que su
hermana lo fulminaba con la mirada.
—Yo misma me compré la mentira que estaba vendiendo —dijo Emily abrazando a su hija—. Pero de verdad estás loco,
George.
—Ya
quisiera —admitió él recostándose de la pared—. Es que no entiendes.
Emily titubeó:
—¿Entender
qué?
George abrió
la boca, pero alguien los interrumpió levantando la voz desde la entrada de los
baños.
—Se hace
tarde, George.
Todos los
rostros se volvieron hacia las dos figuras que acaban de llegar: Una mujer
elegante, algo masculina, con el cabello recogido en un sobrio y meticuloso moño;
el otro, un hombre de color, de hábito sacerdotal negro y cabello al ras.
—No —dijo
George retrocediendo.
«¿De qué sirve
una advertencia con tan poco tiempo, Cassie?»
El
sacerdote sacó un papel y se lo dio a Jason. Era obviamente una especie de
orden de arresto.
—¿Quiénes
son ustedes? —preguntó Emily.
La mujer del
moño sonrió y no dijo nada.
Continuará...
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