jueves, 24 de octubre de 2013

El Infierno de los Suicidas. Capítulo 23: RIVER

—¡Auxilio! —gritó el camarógrafo mientras apuñalaba a Pope por la espalda.

A pesar de que la navaja se hundía en el cuerpo de Pope con violencia, este recibió gustoso la primera y la segunda estocada. Después de la tercera, un borbollón de sangre oscura se le escapó de la boca y se desplomó sin vida en el suelo cual muñeco de trapo.


«Estoy oxidado», admitió River al ver a la cámara estrellarse contra el muro del fondo de la celda. Su cuerpo ya no reaccionaba como antes. Lo sabía. Pero, al parecer, los años que llevaba encerrado habían castrado su instinto animal. «Ni me di cuenta en qué momento el camarógrafo se puso guantes de látex».

—¡Auxilio! —repitió el camarógrafo, esta vez blandiendo la cuchilla contra River al tiempo que sonaban las alarmas en toda la prisión.

Los guardias estarían ahí de un momento a otro.

—Muy poco —le dijo River a su atacante—, muy tarde.  

El camarógrafo se movía rápido, y contra cualquier otro oponente, sus arremetidas hubiesen sido certeras. Sin embargo, a River le resultó fácil esquivarlas.

—¡Ayuda! —insistió el hombre sonando desesperado, a pesar de que su rostro reflejaba un triunfo total.

—Muy bonito tu guion —dijo River—. Yo "asesino" a una celebridad y me inflan con gas letal como si fuese un globo.    

—Aux...

River lanzó un golpetazo y le destrozó la cara al camarógrafo.


—Shh... Presta atención: Debiste poner tu alarma cinco minutos antes.

—El tiempo de dios es perfecto —dijo el camarógrafo haciendo un esfuerzo mediocre por contener el río de sangre que emanaba de su nariz destruida.

River no tenía ganas de reírse, pero se rio.

—Y al que madruga dios le ayuda, cabrón. ¿No te parece conveniente?

En cuanto el camarógrafo arremetió de nuevo, River le lanzó una patada directo al pecho, astillándole las costillas, y tumbándolo al suelo.

El camarógrafo siguió en el piso, inmóvil. Luego soltó el chuzo de cerámica, que de seguro se las habían ingeniado para que estuviera cubierto de las huellas de River, y se guardó los guantes de látex azul en el bolsillo.  

Los guardias entraron justo en ese momento. Y no hubo más preguntas, ni respuestas.

Solo oscuridad.


Ahora que llevaba horas confinado en el noveno círculo de San Quintín, el peor de los fosos en SHU, River se maldecía por haber caído en la trampa.

Lo querían allí, en un ataúd de metal y concreto, aislado de todos, condenado a muerte.

«Idiotas», pensó River seguro de que lo habían dejado en bandeja de plata para Lucas por puro accidente. «Cuando los proscritos del Vaticano descubran que marcaron mal el día del juicio en el calendario, se van a arrepentir de este plan».

Moviendo la cabeza de lado a lado, River se tronó el cuello. La estupidez de la iglesia no dejaba de sorprenderle.

—Mantener imagen pública, cuando el público estará muerto —sacudió la cabeza—. Brillante.

River abrió los ojos por puro instinto al sentir como la pared vibraba, sacudida por un trueno. La penumbra en SHU era absoluta, y por más que aguzara la vista, todo estaba envuelto en negro.

Como pudo, River sacudió los hombros y se puso de pie. 

—Guardia —River le propino una fuerte patada a la gruesa puerta de metal—. ¡Guardia!

Nada pasó.

River se esforzó por escuchar y solo distinguió un rugido distante, como una bestia que se prepara para atacar.

—Debo estar jugando la güija —respondió el guardia con una voz que a River se le antojó nerviosa—. Porque estoy escuchando a un muerto.


—¿Sigue lloviendo?

El hombre tardó en responder.

—¿Qué coño crees que soy? ¿La chica del clima?

El guardia no dijo nada más por tanto tiempo que  River temió haber soñado la conversación. No fue sino hasta que se apartó de la puerta que escuchó de nuevo la voz de su custodio:

—Zeus está arrecho. 

River carcajeó con amargura.

El día había llegado y solo quedaba esperar.

—Guardia, ¿sigues ahí? —Un silencio frío y profundo cayó alrededor de River—. ¿Guardia?

Esta vez fue como si al hombre le hubiese costado responder por algo más que simple necedad, y cuando por fin lo hizo su voz sonó quebrada, tal como la de un hombre enfermo.

—¡Joder! Claro que estoy aquí, ¿a dónde se supone que voy a ir?

«Creo que estamos por averiguarlo», pensó River.

Continuará...

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No se pierdan este domingo la continuación de “El Infierno de los Suicidas”, ya en la etapa final del Volumen 1.


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El Infierno de los Suicidas por Christian Nava se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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